Friday, August 10, 2007

La Amenaza Quinceañera

La reciente publicación de Once Upon a Quinceañera de Julia Álvarez, una meditación e investigación exhaustiva de la fiesta quinceañera, aquel rito que marca la transición de la niña a mujer, me remontó a la fiesta de mi hermana mayor. Enviar al lector en busca de su identidad, una definición de la retrospección, es buena seña de un libro.

Mi hermana cumplió quince cuando los Beatles, Leo Dan y Desencadena mi corazón de Ray Charles estaban de moda. La fiesta rosada de mi hermana tuvo un aspecto peculiar: su vestido fue azul cielo. Mamá había comprado una tela azul muy linda. Mujer practica pensó que un vestido de princesa azul era más fácil convertir en traje cotidiano que un vestido de tul rosado. Tampoco tuvo mi hermana las quince damas de honor y los correspondientes caballeros. La fiesta fue en casa. Nuestra sala no era lo suficientemente grande para 30 adolescentes. Solo amigos de la familia y parientes asistieron. Un abogado amigo la presentó en sociedad con un discurso en torno a la responsabilidad cívica que se adquiría al hacerse adulto.

Éramos una familia de la clase media en un país pobre. Es decir, con opciones limitadas. Pero la clase media ecuatoriana como la clase media de los países ricos también imita a las clases altas. Originalmente eran las elites que daban a sus hijas la fiesta de debutante. Una noche en que la chica se proclamaba princesa y se rodeaba de una corte galante. El primer valse lo bailaba con el rey, el papá, quien la cedía a un pretendiente potencial. La fiesta rosada también anunciaba que la niña entraba al mercado matrimonial.

Pero la clase media tiene su ética, la cual en nuestra casa mejor la describe un dicho de los franceses: los pedos no se los tira por encima del culo. Lo cual nos regresa al libro de Julia Álvarez. En Estados Unidos se ha convertido la fiesta rosada en una extravagancia que cuesta un ojo de la cara. Qué mejor para venderla que conectarla con la hispanidad y, siendo las comunidades mejicanas el sector más grande del mercado hispano, se ha buscado un origen Azteca a la fiesta.

El costo promedio es de cinco y diez mil dólares. Hay familias que han gastado 200 mil dólares, reporta el Miami Herald. Disney, por ejemplo, ofrece sus instalaciones para la fiesta con Mickey Mouse de caballero.

Julia Álvarez habló con historiadores y revisó cientos de documentos pero no encontró indicio de conexión a los Aztecas. Sí descubrió que muchos inmigrantes dan a sus hijas lo que ellos no tuvieron en sus países, aunque tengan que sacar una segunda hipoteca. Eso es, dice Julia Álvarez, cuando la madre no es lo suficientemente liberal o educada para descartar la tontería. Y se pregunta Álvarez con razón: ¿Que tipo de mensaje da semejante extravagancia de cara a estadísticas contundentes? Las chicas hispanas son demasiado vulnerables a quedar embarazadas en la adolescencia, la deserción escolar supera el cincuenta por ciento y la drogadicción es crónica. Peor aun, algunas familias dispuestas a desembolsar diez mil dólares para la fiesta jamás lo harían para una educación universitaria.

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