Monday, July 2, 2007

Literatura: La traición de la traducción

[Gregory Rabassa logró difundir la literatura latinoamericana en Estados Unidos con sus traducciones. Conversé con él en Nueva York hace unos meses.]

Si traducir es una traición, entonces hagámoslo bien, dice Gregory Rabassa, poniendo punto final al recuento de su largo peregrinaje por la obra de tantos escritores latinoamericanos.

Se podría decir que fueron sus traducciones que propiciaron la difusión de la literatura latinoamericana en el mercado inglés hablante. De ahí que Gabriel García Márquez lo haya calificado como el mejor escritor latinoamericano en ingles.

Es un hombre de apariencia frágil y parco. La cara opuesta al estadounidense joven, siempre listo a la autopromoción, y en ese sentido es elegante. La cabellera plateada y rala la lleva algo alborotada. Vive en el Esat Side de Manhattan con su esposa Clementina. A veces escribe poesía con el ímpetu de un estudiante. Todavía enseño una clase de traducción y literatura. La juventud de mis estudiantes me contagia, dice. Al menos es una ilusión que no he logrado sacudirme.

La aventura comenzó en 1967 con la traducción de la novela experimental Rayuela del escritor argentino Julio Cortázar. A pesar de pertenecer a mundos distintos, recuerda, nos unió la amistad. Tuvimos una gran afinidad. Los dos éramos traductores, profesores y compartimos la afición por el jazz. Podíamos pasar la noche entera escuchando a Count Basie. El estilo de Julio era a veces un poco como el jazz, con sus improvisaciones y fugas. Julio tocaba la corneta. Me llamaba cronopio.

Los cronopios, claro, son esos seres que a la hora de dormir se dicen unos a otros: La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad. Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados.

Julio Cortázar le sugirió traducir una novela que había despertado gran entusiasmo en América Latina desde su publicación en Buenos Aires. Pero Cien años de soledad, que le valió a Gabo el Premio Nóbel, tuvo que esperar unos meses porque estaba traduciendo Mulata de Miguel Ángel Asturias. Le pregunto si concuerda con los críticos literarios que aseguran que Cien años de soledad es la mejor novela del siglo 20. Es muy difícil para mí ser objetivo porque he estado demasiado metido en la obra. Quizás tengan razón. Es una gran novela. Ha habido otras novelas que me han gustado tanto, no quiero decir que sean mejores o perores, pero me han gustado. Siete lunas del ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta, por ejemplo, y, claro, Rayuela.

Le pregunto si García Márquez participó en la traducción. Realmente no. A Gabo no se lo conoce por ser muy inclinado a la correspondencia o se está quieto en un lugar como para tomar el teléfono y llamarlo. No interfirió. Me dejó tranquilo. Le comento que García Márquez ha dicho, quizás pensando que el traductor es un escritor limitado por el ideal de hacer trascender la voz del autor a la otra lengua, que Rabassa leyó sus novelas y después escribió sus propios libros. Gregory Rabassa se ríe de buena gana. No, dice, todo lo contrario. Lo he traducido palabra por palabra, no traduciendo palabra por palabra, sino recavando en cada palabra, buscándole el espíritu a cada palabra, metiéndome en su obra como en la vida. Las novelas progresan como la vida misma. El traductor es una mezcla de autor y lector. La traducción es una lectura densa a través de la cual se aproxima al autor. La traducción es una aproximación. Recrear es imposible. Cada palabra es una metáfora y el escritor elige la metáfora más conveniente para lo que desea expresar. La traducción es otra versión de la verdad.

De palabras, metáforas y sentido
El escritor elige la metáfora más convincente para lo que desea expresar, y las metáforas no son científicas. Oro, por ejemplo, es brillo, riqueza, un diente o, según me comentó en alguna ocasión el escritor mejicano Carlos Fuentes, para los maya significó el excremento de los dioses. Una labor del traductor es reconstruir el proceso que impulsa al autor a utilizarlas.

Los dichos populares, los proverbios y otras expresiones también incluyen metáforas. Según Rabassa la expresión del inglés Out of sight, out of mind, cuya traducción literal al castellano sería fuera de vista fuera de mente, pero que quiere expresar ojos que no ven corazón que no siente, al intentar traducirla al japonés utilizando un programa electrónico resultó en recluso de un manicomio. Sin duda, fuera de vista, fuera de mente, también podía significar eso, escribió Rabassa en un ensayo sobre traducción, pero la metáfora no es la misma implicada por el autor.

En el libro Mouse or Rat: Trasnlation as Negotiation Umberto Eco asegura que una buena traducción pasa por la negociación. Tanto los filósofos como los lingüistas han llegado a la conclusión que no hay reglas para decidir que es una buena traducción. Quizás sea solamente una cuestión de sentido común. Ilustra el comentario con el personaje de una novela que dice You are pulling my leg. Traducida la frase literalmente sería me estás tomando la pierna. Para darle a la expresión el mismo sentido del italiano Eco la traduce a Mi stai prendando per el nose, que en castellano significa me estás tomando la nariz. La expresión equivalente en español es me estas tomando el pelo. La traducción literal confundiría al lector, concluye Eco, induciéndolo a creer que el escritor está utilizando una figura retórica rara (me estas tomando la pierna). La infidelidad literal hace al traductor fiel al original, dice Eco. Lo que es hacerle eco a San Jerónimo, el santo patrón de los traductores, que al traducir uno no debe hacerlo verbum e verbo sed sensum exprimere de senso, ‘sentido a sentido no palabra por palabra’.

O, para ponerlo más sucintamente, la traductora Edith Grossman me recordó la exigencía ironica de Borges a su traductor: No traduzca lo que digo sino lo que quiero decir.

Fantasmas, colegas y discípulos
Si los traductores tienen santo, también tienen fantasmas. Edith Grossman, recuperándose de un catarro, paseando por los jardines del Instituto Cervantes de Nueva York, me cuenta que cuando recibió la propuesta para traducir Don Quijote, esa misma noche a sus sueños acudió un ejército de fantasmas de hispanistas, todos con el dedo índice acusatorio. Pero los temores se le escurrieron al encontrarle el ritmo y la musicalidad a la primera oración. Supo ese momento que podría hacerlo. Edith Grossman es la traductora de El general en su laberinto, El amor en tiempo del cólera y la nueva y magistral versión de Don Quijote.

Rabassa coincide en que trascender la barrera inicial de la apertura de un libro determina como un escritor sonará en inglés. En el caso de Cien años de soledad Many years later, as he faced the firing squad, Colonel Aureliano Buendía was to remember that distant afternoon when his father took him to discover ice, determinó como habría escrito Gracía Márquez si hubiera nacido ingles hablante.

Posiblemente con esa frase se dio inicio a un movimiento literario que marcó a toda una generación de escritores estadounidenses, inglés hablantes en general. Cien Años de soledad abrió una puerta vedada y me introdujo en una aventura intelectual que no ha terminado, dijo Salam Rushdie. Le comento al viejo traductor que no pocos críticos lo consideran el principal traductor de las literatura latinoamericana de todos los tiempos, entre otras cosas por su versión de Cien años de soledad que el propio García Márquez a catalogado de superior al original. Regresando a su humildad característica descarta el cumplido atribuyendo las virtudes de la traducción a la calidad literaria de García Márquez, a su estilo clásico, y al idioma inglés con el que pudo sortear las incompatibilidades lingüísticas.

Edith Grossman recalca que para un buen traductor no hay incompatibilidades entre los idiomas, que todos los conceptos son traducibles, aunque ciertas palabras no tengan equivalentes en otros idiomas. La traducción transita la frontera entre el arte y la ciencia. El traductor debe tener la capacidad de captar el espíritu del idioma original y del idioma al que traduce, que es el aspecto artístico. El lado científico pasa por el conocimiento de la historia, las costumbres y la sociedad. Le pregunto si la falta de equivalencia de un palabra justifica el uso de notas de píe de página como lo hizo en la traducción de Don Quijote. Una de las razones por las que utilicé notas de píe fue para explicar ciertos juegos de palabras y clarificar referencias que resultarían oscuras a los lectores contemporáneos.

Rabassa, por su parte, se resiste a desviar la atención del lector. El traductor debe sacar a relucir los recursos que faciliten la compresión sin recurrir a notas marginales. El traductor utiliza la imaginación, su inventiva para mantener el hilo de la trama. Para él la experiencia y el conocimiento del idioma meta, así como un diccionario bilingüe de buena calidad son los recursos indispensables. Tener al autor al alcance del teléfono ayuda también. Fue el caso durante la traducción de Rayuela. Le consultó tanto que a veces piensa que fue una traducción conjunta. Por el contrario, al traducir Cien años de soledad, debió valerse de un amigo mutuo, también costeño, que vivía en Nueva York. Él le ayudó a encontrar el sentido de ciertas palabras.

Gabo, como lo llama con cariño, tuvo alguna participación, especialmente en la determinación del título. Hubo quienes consideraban que One Hundred Years of Solitude era demasiado solemne y restringido, y para la irritación de Rabassa se referían al libro como A Hundred Years of Solitude (Unos cien años de soledad.) En una carta al prestigioso New York Review of Books, Rabssa le pone fin a la controversia apelando a la autoridad de haber consultado con Gracía Márquez que, explica, entiende inglés mucho más de los que le gusta aparentar, y su versión de One Hundred Years of Solitude se ceñía más a su pensamiento. Un detractor finalmente cedió comentando que no se trataba de dar una versión alternativa, simplemente al no haber leído la traducción de Rabassa utilizaba lo que a él le parecía la equivalencia correcta del castellano, que, por otra parte, avalaba lo dicho por el mismo Rabassa que traducir era una imposibilidad, una imposibilidad que el Sr. Rabassa lo hace tan bien tan a menudo.

La imposibilidad de la traducción parte de la naturaleza de la palabras que cambian según el individuo, el espacio y la cultura, afirma Rabassa. Lo cual, y después de leer la traducción del Quijote de Edith Grossman, que deja a todas las traducciones previas con un sabor rancio, supone una interrogante: ¿habrá que pensar en una nueva traducción de Cien años de soledad? En efecto hay críticos literarios que ven una brecha entre el García Marques de Rabassa y el de Grossman. Se deberá pensar en una nueva traducción, le pregunto. Seguramente, dice Rabassa y no se inmuta por mi espera a que elabore la respuesta.

Jay Miskowiec, editor de la editorial Aliforme, que ha publicado dos traducciones recientes de Rabassa dice sin pensarlo dos veces que sería un disparate pensar en otra traducción. Acaba de releer Cien años de soledad y le parece tan vital como siempre, con las imágenes y la lengua barroca a flor de página. Quizás su criterio no sea tan objetivo como entusiasta. En los años ochenta hizo un postgrado en traducción y literatura bajo la dirección académica de Rabassa en Nueva York. Aprovecho para indagar sobre el lado docente del traductor. ¿Fue un profesor bueno? El mejor, dice.

En los años ochenta el mundo literario giraba en torno a la deconstrucción. Estaba de moda pasarse una semana estudiando la etimología de la palabra manzana o el durazno y escribir artículos muy sofisticados sobre la ambigüedad del idioma que nadie leería. Era la época de los franceses, Derrida, Foulcault. Ir a la clase de Rabassa era un oasis. No quiero decir que hablara contra las corrientes académicas de la época, simplemente se enfocaba el análisis literario clásico, trama, punto de vista, escenario, y más importante, aprendí de él que la literatura no era un objeto abstracto cuyo fin era la desconstrucción, sino algo real, sobre gente real y que la escribía gente igualmente real. Además Rabassa fue amigo de los grandes protagonistas del movimiento literario más importante. Quiero decir que ha habido grandes escritores en los últimos cincuenta años, pero no han constituido la fuerza colectiva de los escritores latinoamericanos. Y Rabassa estuvo allí. Una de sus clases podía terminar con una anécdota de Gabo enfrascado en un viaje largo solo para escuchar una buena cumbia. Él fue amigo de Cortazar, de Carlos Fuentes, pero no por eso perdió la humildad. Se trata de un intelectual con los píes en la tierra.

La traición de la traducción
Gregory Rabassa nació en 1922. Creció en un hogar bicultural sin hablar mucho castellano aunque su padre fuera cubano. Hablaba solo un poco, dice. Mi madre era americana. Aprendí español y portugués realmente en la universidad y viajando. Viajé por México, Perú, Brasil, por varios países, así fui perfeccionado los idiomas y compenetrándome en la literatura. En Brasil visité a mi amigo Jorge Amado, en esa ciudad maravillosa de Bahía. Jorge Amado también fue un escritor excepcional que supo explorar las injusticias sociales y que, no obstante, sacó a relucir belleza y alegría de la miseria. Traduje varios de sus libros. Fue un gran narrador. Entendió e incorporó a su obra la cultura africana.

Llegó al oficio de la traducción sin proponérselo. Comencé decodificando secretos militares durante la Segunda Guerra Mundial. Estuve desplazado en Italia y África. Después de la guerra estudié idiomas y me doctoré en la universidad de Columbia. Comencé estudiando español, literatura, y me aburrí. Terminé con una tesis en portugués. Era el año 1954. Trabajé de editor para una revista que publicaba literatura de Europa y América Latina. Hice varias traducciones. Un día recibí una llamada de la editorial Pantheon. Me propusieron traducir Rayuela.

Y como los traductores en esa época solo ganaban más que los poetas, su otra gran afición, debió conseguir un segundo empleo. Vivía esos años en el barrio bohemio del Village, a la vuelta de un club de jazz donde iba a escuchar a Charlie Parker. En una de esas veladas conoció a un administrador del Queens College y comenzó su carrera de profesor de traducción y literatura hispana.El libro que acaba de escribir y la editorial New Directions publicará esta primavera se divide en dos partes. La primera se centra en el oficio de la traducción literaria. La tesis, por supuesto, es que la traducción es imposible. La gente espera una reproducción, pero no se puede convertir pollos en patos. Lo mejor que se puede hacer es aproximarse y dejémoslo en eso. La segunda parte hace un recorrido por los libros que ha traducido, por las vidas de los escritores con quienes compartió. El recuento comienza con Rayuela y concluye con Rosario Tijeras, la novela del colombiano Jorge Franco que salió el año pasado en inglés.

El título del libro If This Be Treason: Trasnlation and Its Dyscontent merece un ensayo en sí. ¿Cómo se lo traduce? Bueno, la primera parte, ‘Si la traducción fuera una traición’ es una referencia a Henry Patrick, el patriota del siglo XVIII que al ser acusado de traición por su pensamiento independentista repuso que si eso era traición, entonces había que hacerlo bien hecho. Es mi respuesta al juego de palabras del italiano, tradutore traidore, “traductor traidonr”, que alude a las limitaciones de la traducción. Hay que recalcar que al escribir dyscontent con ‘ye’ en la segunda parte del título, la traducción y sus dyscontents, quería impartirle un matiz de descontento y de algo disfuncional en el sentido de la unicidad que aborda Freud en el libro Civilization and Its Discontents.

Le pregunto sobre la obra de Mario Vargas Llosa, otro de los grandes del “boom”, que introdujo al inglés. Traduje Casa verde y su novela política, Confesiones en la catedral. Casa verde me gustó mucho. Es su mejor novela. Mario se ha vuelto ahora demasiado estilista, demasiado listo. Le pregunto que le gusta de Casa verde. Los cambios de tiempo. La fluidez. La naturalidad. Es una novela con alto valor literario.

¿Y cuál fue la novela que más le divirtió traducir? Piensa un instante y responde que fue Rayuela. Comencé a traducirla sin haberla leído, imaginando como sonaría si Julio la hubiera escrito en inglés. Imaginando el inglés escondido tras cada palabra del español. Es una novela muy divertida.

Sobre la traducción de Rosario Tijeras dice que también fue divertido hacerlo, que es una novela escrita en un español clásico, característica de los colombianos, sobre un tema muy contemporáneo, la violencia. Uno de los logros de la novela Jorge Franco es la alternación entre esa lengua clásica con la jerga vertiginosa de la calle que la traducción en cierta medida neutraliza. Le pregunto si no le merma vitalidad traducir ‘parcero’, por ejemplo, a my friend, “mi amigo”, término neutral que bien podría uno utilizar en un bar para pedir fuego a un extraño, anulándosele el sentido de morir o matar por el otro en las trincheras de la guerra, el matiz entrañable de la palabra ‘parcero’. Rosario Tijeras es, después de todo, una novela de guerra, de amor en tiempos de guerra. La jerga puede ser efímera, dice. Hay que pensar en la permanencia de la idea en treinta o cuarenta años.

Con Rosario Tijeras concluye el libro. Aunque eso de concluir es solo una forma de decir las cosas. Es un libro que no concluye. Lo indico en el epílogo, con la última oración: el libro continuará. Así es la traducción: inconclusa. A sus ochenta y dos años Gregory Rabassa ya conjetura nuevos proyectos, ideas, acicateado por ese brío que parece nunca abandonar a ciertos profesores, siendo como algunas vez él mismo se describió, valiente y desamparado y paciente, como mi trabajo de traducción; que es como se debe ser en ciertas circunstancias, y también un cobarde inquieto y competente, como se debe ser en otras circunstancias.
Posted by Raul Guerrero

No comments: