Monday, November 19, 2007

El amor en los tiempos del cólera


Leí la novela El amor en los tiempos del cólera cuando salió en 1985. Me pareció un monumento literario. Sigo pensando que es una de las obras mejor logradas de García Márquez. También para el Premio Nóbel colombiano se trata de una novela especial. Es una novela con los pies en la tierra, me dijo cuando lo conocí en una recepción en la Universidad de Georgetown. Asistió a la recepción bajo la condición de restringir el acceso a los periodistas. Es un hombre tímido y perfeccionista, características contrarias a la improvisación.

Su perfeccionismo queda de manifiesto en las largas y adornadas oraciones, por las cuales se van develando las peculiaridades de un pueblo. El Amor en los tiempos del cólera es además una de las novelas más accesibles. Ninguna otra novela de ningún otro escritor latinoamericano ha gozado de mayor popularidad ni éxito comercial en Estados Unidos. Y es la novela más romántica, ha declarado un hermano del escritor. Es la historia de mis padres.

El legendario escritor estadounidense Thomas Pynchon dice de la novela:

And - oh boy - does he write well. He writes with impassioned control, out of a maniacal serenity: the Garcimarquesian voice we have come to recognize from the other fiction has matured, found and developed new resources, been brought to a level where it can at once be classical and familiar, opalescent and pure, able to praise and curse, laugh and cry, fabulate and sing and when called upon, take off and soar, as in this description of a turn-of-the-century balloon trip:

Mi traducción:
Y -muchacho- si escribe bien. Escribe con un control apasionado, desde una serenidad maniática: la voz de García Márquez que hemos venido a conocer de otras obras ha madurado, ha encontrado y desarrollado nuevos recursos, se ha levantado a un nivel done puede ser a la vez clásica y familiar, opalescente y pura, capaz de alagar y maldecir, reír y llorar, fabular y cantar, y cuando lo necesita, se escapa y se hinche como en esta descripción de un vuelo en balón de finales de siglo:

Desde el cielo, como las veía Dios, vieron las ruinas de la muy antigua y heroica ciudad de Cartagena de Indias, la más bella del mundo, abandonada de sus pobladores por el pánico del cólera, después de haber resistido a toda clase de asedios de ingleses y tropelías de bucaneros durante tres siglos. Vieron las murallas intactas, la maleza de las calles, las fortificaciones devoradas por las trinitarias, los palacios de mármoles y altares de oro con sus virreyes podridos de peste dentro de las armaduras.

La traducción de Edith Grssman:
From the sky they could see, just as God saw them, the ruins of the very old and heroic city of Cartagena de Indias, the most beautiful in the world, abandoned by its inhabitants because of the sieges of the English and the atrocities of the buccaneers. They saw the walls, still intact, the brambles in the streets, the fortifications devoured by heartsease, the marble palaces and the golden altars and the viceroys rotting with plague inside their armor.

El amor es el tema central de la novela, un amor que García Márquez equipara a la epidemia del cólera que azota la región. Le tomó 50 años a Florentino Ariza, el protagonista, consumar el amor que mantuvo su alma virgen. Aun después de acostarse con 600 mujeres retuvo la virginidad espiritual: He ahí una metáfora. Al cabo de 50 años y un cambio de fortuna (el telegrafista y poeta idealista se vuelve un rico propietario de barcos) saborea la felicidad de un amor que nació, como suele suceder con todo amor eterno, de una mirada.

Traducir una novela al cine es cuando menos una temeridad. En el peor de los casos redunda en lo que en tiempos de mi abuelo llamaban payasada. Traducir al cine la obra maestra de Gabriel García Márquez despertó en mí un enorme interés.

En español tenemos la frase: sentir vergüenza ajena. Sentí temor. Debo confesar que el protagonista, Javier Barden, que interpreta al telegrafista poeta, al Quijote colombiano de finales del siglo 19, es uno de mis actores predilectos. Pero pudo más la curiosidad que el temor a la vergüenza ajena. Además, me dije, contaba la película con otro protagonista extraordinario: la bella ciudad de Cartagena. Una anécdota: Se disponía Mike Newel a filmar en Brasil, principalmente porque ninguna compañía de seguros quería invertir en Colombia. Entonces intervino el vicepresidente colombiano (sujeto de un largo reportaje de García Márquez: Historia de un secuestro) para garantizar personalmente la seguridad de la empresa. Pero más que las garantías gubernamentales pudo el amor. El presidente de la companía de seguros había pasado su luna de miel en Cartagena, ¿cómo iba a rehusarse?

Llegué al cine con la curiosidad, el temor y dos mujeres a mi lado (mi madre y mi esposa). Cayó el telón, usando la vieja expresión, y callaron los celulares. De pronto apareció Fermina Daza, interpretada por la italiana Giovana Mezogiorno, muy parecida a lo que recordaba haber imaginado mientras leía la descripción de ella hecha por García Márquez. En el fondo Shakira con su voz entrecortada acentuaba la nostalgia. La película sigue la vida de Florentino Ariza de manera circular, zigzagueando entre 1879 y 1930. Lo muestra en su juventud cuando conquista el corazón de Fermina con sus cartas poéticas. Lo muestra cuando la pierde al arrivismo del padre que la casa con el médico Juvenal Urbino, la encarnación de la modernidad, la tecnología, del siglo 20. Lo muestra a lo largo de su peregrinaje por las camas de las 600 mujeres que mitigan el dolor del desamor. Y finalmente lo muestra en el Río Magdalena fundido en el abrazo a Fermina al cabo de 53 años de espera.

La película es una sombra de la novela. Que no quepa duda: aun la sombra de tan extraordinaria novela es mágica.

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